―Siento decirles que, a raíz del accidente, su pequeña niña quedará con un severo problema de sordera ―dijo el doctor.
Susi observa con atención los labios de ese hombre de bata blanca y entiende con claridad el mensaje. Percibe la angustia palpitante de su madre y quiere tocarle la cara mojada, pero sus bracitos no le alcanzan. Su papá también llora. A pesar de su corta edad, Susi piensa que debería compartir la aflicción de esos dos que la miran desconsolados, pero no puede, recuerda las frecuentes noches que la angustian; esas en las que hay gritos y reproches, una constante violencia verbal y física, azotes de puertas, mucho llanto y recriminaciones que rebotan por las paredes. Con su nueva condición, intuye que sólo deberá cerrar los ojos, aferrarse a su chupete y todo en su mundo será tranquilidad. Sin que sus padres lo noten, Susi se siente feliz.