—Es hora de irme. Pronto llegará mi reemplazo —avisó la hermana a la joven castigada.
Tres días con sus noches, Sor Justa, la hermana con fama de intolerante y despótica custodió el castigo de Alma, la alumna que fue descubierta escribiendo esos versos impúdicos que circulaban a hurtadillas por la escuela. Poemas que subliman la libido con su lenguaje explícito, elogian la autocomplacencia del cuerpo femenino a tal punto que toda la población escolar puso en duda el elevado valor de la castidad y la moral cristiana.
—Pero antes de irme quiero saber si el escarmiento de separarte de esas compañeras que festejan tus escritos, sacará el pecado de esa mente tuya tan propensa a la carnal lubricidad.
—¡No! —responde la joven, decidida.
—Bien. Entonces, si la hermana que me relevará te pide el cuaderno en que has plasmado tus desviadas y lascivas palabras, le dirás que te lo he confiscado. Ahora, ¡escóndelo bien! Espero con ansias tu próximo poema —dijo con un rápido murmullo y se perdió sigilosamente en la oscuridad del pasillo.