
Yo ejercía entonces la Medicina, en Huamahuaca. Una tarde me trajeron un niño descalabrado: se había caído por el precipicio de un cerro. Cuando, para revisarlo, le quité el poncho, vi dos alas. Las examiné: estaban sanas. Apenas el niño pudo hablar le pregunté:
―¿Por qué no volaste, m´hijo, al sentirte caer?
―¿Volar? ―me dijo―. ¿Volar, para que la gente se ría de mi?
Tomado del libro: Dos veces cuento, Antología de Microrrelatos.
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