
Una mujer con gasas de luto lloraba sobre una tumba.
-Consuélese, señora- dijo el simpático forastero-. La misericordia del cielo es infinita. Habrá otro hombre en alguna parte, además de su marido, que todavía puede hacerla feliz.
-Había- sollozó la mujer-, había, pero ésta es su tumba.
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